domingo, 14 de agosto de 2011

Tengo derecho a mi fiesta


Un verano más arranca la temporada de fútbol en España y lo hace de la mejor manera posible, con el duelo de los duelos, con el partido de la rivalidad por excelencia, con el que no deja indiferente a nadie y es capaz de sentar juntos, que no revueltos, a 14 millones de españoles frente al televisor: el Real Madrid Fútbol Club Barcelona con la Supercopa de España en juego.

"Pecho frío" Messi regresa tras fracasar con Argentina
Mentiría si dijese que no hay ganas ya de que eche a rodar el balón y el espectáculo comience de nuevo. Soy un enfermo del balón y no quiero curarme. Cuando llega el domingo y mi equipo no está en el campo me invade un desasosiego que ni el sol de agosto ni las vacaciones consiguen mitigar. Es verdad que en realidad el fútbol no baja la persiana ni en verano porque hasta en julio se juegan los torneos internacionales y juveniles, pero ni siquiera los éxitos de la rojita y los chavales de las inferiores pueden llenar el vacío que dejan los mayores y el fútbol de Primera, con sus rivalidades, pasiones y disputas de honor a muerte. Porque solo el fútbol de verdad, con la Liga por bandera, consigue despertar la ilusión y la euforia que activa los mecanismos de esta droga tan irracional, cara y adictiva que es el fútbol y que siempre sabes cómo empieza pero nunca cómo termina. ¡Y por Dios que quiero saber cómo termina este año! Definitivamente estoy enganchando a este espectáculo.


Soy un adicto a las emociones irracionales que despierta el balompié. Yo confieso: lo necesito. Lo necesito desesperadamente. Necesito poner la televisión o encender la radio y oír lo que hace mi equipo en el campo. Quiero sufrir con ellos hasta el último minuto las malas decisiones de los árbitros. Quiero sentir la presión de los rivales cuando juguemos fuera de casa. Quiero tener que mantener la compostura con dignidad cada vez que nos marquen un gol mientras mi orgullo herido me muerde el alma por dentro. Quiero padecer la angustia de esperar desesperadamente el pitido final  del colegiado cuando la sombra de la derrota planeé sobre nosotros. Quiero estallar de júbilo, saltar eufórico y descontrolado en el bar o el salón de mi casa abrazando a amigos y desconocidos con cada gol que consigamos. ¿Debería avergonzarme por ésto? Bueno, sé que no soy el único con estas preocupaciones porque cada domingo, puntuales a la cita, más y más enfermos como yo nos reunimos para ver juntos los partidos y cada año son más las personas que celebran los éxitos de la Selección en las fuentes y las plazas públicas. Ya saben el dicho: “mal de muchos, consuelo de tontos”. Ese es mi consuelo.

Vuelve la ilusión al Málaga, ¡ojalá dure para siempre!
Jamás me eché a temblar cuando me hablaron de la prima de riesgo los señores del banco. Nunca perdí el sueño cuando anunciaron que mi generación se jubilaría a los 67. He padecido 7 años de socialismo y zapaterismo sin acudir a una sola huelga. Hay quien dice que tengo el alma seca como los campos de trigo en verano porque con la que está “cayendo”  lo único que me importa es que los futbolistas no hagan huelga y haya fiesta cada domingo. Los expertos de la tele dicen que soy un joven producto del fracaso del sistema educativo español, que estoy falto de valores morales y que no asumo mis responsabilidades como ciudadano. ¡Desaprensivos! ¿No ven que solo estoy enfermo? Que ruede el balón y el fin del mundo llegue, ¡pero con el Málaga en Champions y el Madrid levantando la Copa del Rey!.

1 comentario: